27 de mayo de 2012

Sra. Rosa



   Por razones no muy relevantes para la historia, no me encontraba en el paradero de costumbre, esperando la micro hacia mi destino a unas 2 cuadras de mi paradero normal. Era una agradable mañana de transición de estaciones y por motivos laborales iba con camisa y corbata, lo que no significaba gran desventaja contra el clima. Junto a mi habían 2 o tres caballeros más, esperando locomoción conmigo. Todo estaba tranquilo y yo aprovechaba de descansar tranquilamente sentado en ese paradero.

   Una micro que no me servía se detuvo y abrió las puertas del medio. Del interior 2 caballeros ayudaron a una mujer a bajar del vehículo. Velozmente la dejaron sentada al lado mío y mientras le acercaban su muleta noté que le faltaba una pierna. Uno de los caballeros se devolvió a la micro para bajarle muchas bolsas y cosas y se las dejo bajo el asiento del paradero.

   Denotaba que era alguien de muy entrada edad y también destacaba lo descuidado y andrajoso de su vestir. Apenas fue instalada comenzó a conversar con mucha confianza con el sujeto a su izquierda, quien sin ninguna molestia no oculto su indiferencia y disgusto mientras la ignoraba hasta que finalmente se levantó y siguió esperando el transporte alejado del paradero.

   Rosa, como me dijo que se llamaba, no se molestó ante la actitud del caballero, ya que sin perturbaciones en su ánimo, inmediatamente se volteó hacia mí para conversar. Con mucha confianza me contó muchas cosas y me explico que quería llegar a algún sitio que la verdad no entendía muy bien. Como si fuera alguien de confianza me tomaba el brazo al hablarme, con mucha proximidad.

   Apenas comenzado el dialogo me señaló que mi corbata era muy linda (creo que usaba la amarilla en ese entonces) y me la pidió, para que se la regalara de manera muy directa y honesta. Yo le explique con mucha tranquilidad que lamentablemente no sería posible, ya que la corbata no era mía y la necesitaba. Ante esta respuesta, de manera muy amable me dijo que ella me regalaría una corbata para que pudiera tener una propia. Yo agradecí mucho el gesto.

   El tiempo prosiguió mientras esperaba en ese paradero. En el intertanto me contó muchas cosas de su vida, cosas que lamentablemente hoy en día ya no recuerdo. Explicó que venía del sur (posiblemente Valdivia o de algún lugar cercano) y que había dejado sus tierras muchos años atrás, ya que llevaba más de 30 años en Santiago. Noté mucha nostalgia en su voz al hablar de su origen y creo que le hubiera gustado poder volver a pasar por los lugares de su niñez.

   En un momento le pidió a uno de los presentes que detuviera un taxi que pasaba cerca, pero este, al ver a la Sra. Rosa, prosiguió su camino, negándose a llevarla. Esto pasó casi inadvertido por ella, ya que seguía transmitiendo información sobre muchas cosas mientras el tiempo pasaba.

   Ya casi al final, cuando la micro estaba próxima, la Sra. Rosa tomó su muleta y se aventuró ágilmente, cosa que me impresionó por su falta de pierna, hacia la pista. Sin ningún miedo detuvo un auto en segunda fila y comenzó a limpiarle el parabrisas con la esperanza de lograr algunas monedas. Esta acción me puso muy nervioso, ya que normalmente la gente conduce por esa calle sin preocuparse de quien la cruza, pero aparentemente Rosa no tenía problemas para moverse con su muleta, ya que su agilidad me lo demostraba.

   En ese momento mi vista fue intervenida por la micro que me llevaría al metro. Mi tiempo era escaso y el vehículo ya se había demorado más tiempo del calculado, por lo que tuve que aventurarme subiendo a la máquina. Antes de subir un pie, no pude evitar mirar bajo el asiento del paradero con todas las bolsas que contenían las cosas de la Sra. Rosa y una sensación de preocupación, mientras pensaba si estaría bien dejarla ahí sola. Procedí a subirme a la micro mientras mi mente lentamente era invadida por otras preocupaciones. 



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