2 de mayo de 2013

Arcilla


   Las personas somos como la arcilla. Si lo pensamos de esta manera, las interacciones con otros son las que nos moldean. Aprendemos, queremos, sociabilizamos y nos modificamos de acuerdo a eso, en si estas relaciones son como las manos que se encargan de darnos forma, dependiendo de con quienes realicemos esa interacción será el resultado que habrá en nosotros.

   Pero somos seres consientes, algo que nos diferencia de la arcilla común. Somos maleables siempre y cuando tengamos la confianza para dejarnos moldear, somos tan moldeables como queramos serlo. A veces esta situación es comprometedora porque darle la confianza a alguien para que nos moldee nos deja vulnerables a esa acción, ya que nuestro ser, nuestra capacidad de ser moldeados es lo que nos define, nuestra alma y esencia. Como tal es una acción algo delicada y que no se puede dejar realizar por cualquiera, por eso mismo debemos tener cuidado de cómo y por quien nos dejamos moldear.

   Por suerte la arcilla tiene la posibilidad de endurecerse, esto le da mucha rigidez, lo que le impide ser moldeada, de alguna manera esa propiedad nos permite proteger nuestra esencia de cualquier manipulación que no nos interesa o que nos asusta. Claro que hay que tener cuidado ya que esta rigidez viene con la inflexibilidad y eso lleva también al choque, los intentos bruscos de manipulación de la arcilla en este estado causan marcas en la misma, estas marcas producen un efecto distinto en nuestro ser ya que muchas veces duelen y no pueden ser reparadas de manera simple como cuando la arcilla era moldeable.

   Hay momentos en los que nuestro ser recibe tanta manipulación que nos perdemos y ya no sabemos lo que somos. Cuando se termina muchas veces no nos reconocemos ya que la mínima interacción nos puede cambiar, ya sea de pensamiento o de humor, a ratos las formas resultantes tienden a ser inestables o los pequeños golpes nos marcan tanto que las marcas terminan siendo grietas y quebraduras, al punto que nuestro ser puede estar tan deformado y maltratado que terminamos siendo quebrados o hasta destruidos al punto tal que cuando termina esta manipulación que las interacciones provocan, ya no somos más que los restos de lo que alguna vez fuimos.

   En momentos así no es mucho lo que se puede hacer. Una vez que la arcilla llega a ese estado de destrucción, al punto de ser irreconocible, solo queda echarla a la basura, ya que se ha perdido en la violencia de su manipulación. Aunque existe otra posibilidad, tomar los restos y recomenzar de nuevo. Tal vez la solución no sea de las mejores y el resultado puede que sea muy distinto al original, pero las partes que se recuperen serán sin duda las más resistentes, ya que a diferencia de la arcilla real, nosotros, la arcilla humana, esa que se moldea no con las manos si no con las interacciones, siempre que tengamos la fuera de voluntad, podemos recuperar nuestras partes y rearmarnos dentro de nuestro ser moldeable, ser reconstruidos y volver al juego de la vida. Siempre que queramos.

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